Buscando suerte [Reservado]

Aquél había sido un día fatídico, desde el comienzo.
Una mal noche le había hecho ignorar el despertador y por consiguiente faltar a la Universidad. Y eso no era bueno, pues acababa de perder seguro alguna importante clase sobre huesos de dinosaurios. Sin embargo, eso no impidió que conservara un poco de buen humor, aunque nada resultó bien en su desayuno. En un movimiento brusco volcó toda su leche sobre la letra de la canción que había escrito días atrás y releía de sumo perfeccionista para encontrarle el error.
Luego, por la tarde, resultó ser que se quedó dormido en el ómnibus y nunca llegó a su destino, la clase de música en el jardín de infantes. Y esto significó medio sueldo descontado. Pero parecía que aquél viernes trece no terminaba más: cuando buscó algo para cenar, notó que faltaban más cosas de lo normal en su heladera.
De lo irritado que estaba ni siquiera hizo caso a su estómago y salió por las calles a finalizar su maldito día. Al menos era viernes y ya estaba por transformarse en sábado. Pero, ¿y es que siempre tiene que haber un pero? Pero la lluvia no se hizo rogar y lo bañó hasta que ingresó en la primera clase de bar, o tal vez cafetería, que sus ojos pudieron ver.
Se sentó en la barra rechinando con sus zapatillas llenas de agua y esperó a que alguien le atendiera.

Trece.
Aquel era el número de Amanda en aquel día, y no porque fuese aquel día un viernes trece, sinó por varias razones más.

Entre otras cosas, trece eran las horas que llevaba trabajando en el bar, intentando hacer horas extra para conseguir más dinero, trece cafés bebidos en todo el día, y trece moneditas que había conseguido, hasta ese momento, de propina.

En el bar solo eran dos las camareras que antendían, porque Angie estaba embarazada, y no podía ir, y los demás tenían el día libre. Hacía mucho tiempo que Amanda no conseguía un viernes libre, y ese no sería el ganador.

Igualmente, aunque fuesen dos personas atendiendo, no había muchos clientes. Mientras Amanda acababa de servir un café a un joven, sonó la campana de la puerta, un nuevo cliente, o simplemente alguien que se quedaría esperando en la puerta hasta que la lluvia cesara, aquella última opción abarcó la cabeza de la joven cuando miró por la ventana que tenía en frente después de dejar el pedido.

Volvió a la barra, el nuevo cliente era un joven, la compañera de Amanda, aún no conocía su nombre ya que era nueva en el bar, estaba bastante ocupada, aunque en teoría le tocaba atenderlo a ella. Pero la chica no tenía nada que hacer, y al ver que su compañera esperaba la comida para una mesa de cinco personas, no lo dudó, tomó la libreta de pedidos y se acercó al cliente.

-Buenas noches- le saludó sonriendo, pues a todos los clientes se les debía recibir con una sonrisa en el rostro, aunque el cliente estuviera empapado y seguramente estuviera mojando todo el suelo, que luego ella tendría que limpiar.
Estaba a punto de ofrecerle algo para secarse, pero simplemente le acercó las servilletas, para que al menos secara su rostro, y una de las cartas para que se informara de lo que podía consumir allí.

-Buenas noches -contestó al saludo sin prestar atención de quién provenía ya que se quitaba el sweater húmedo. No imaginaba lo que le fuera a pasar esa noche, pero seguro era malo. Ahoara tenía el optimismo guardado en el bolsillo.
Cuando la chica le acercó las servilletas de pronto comenzó a mirarse la remera con desesperación. ¡Que vergüenza!
-¿Qué? ¿Tengo manchado? -preguntó y comenzó a palparse la cara con las manos redescubriendo que estaba completamente empapada y entonces sonrió- Gracias.
Tomó una de ellas y se secó el rostro. Luego leyó la carta, y entonces, levantó la vista para encontrarse con la camarera. Si no le erraba a la edad, era más joven que él. ¿Qué hacía trabajando esa niña en ese lugar? Que el negara a los vampiros no significaba que no existieran...
-La especialidad de la casa -respondió.

El chico respondió al saludo, a la vez que se quitaba el abrigo, y Amanda, inconscientemente miró hacia otro lado hasta que él preguntó si tenía algo manchado mientras se miraba la ropa.

Amanda volvió a mirarle cuando él se dio cuenta de que la razón era su rostro empapado y sonrió como respuesta a su agradecimiento. Aunque no sabía porque lo hacía, si el joven no levantaba la mirada por nada.

Y como si de un lector de mentes se tratase, él levantó la mirada para encontrarse con la de la chica, que esperaba con la libreta en alto y la lapicera en la otra mano para apuntar, mientras no apartaba los ojos de su mirada.

La especialidad de la casa.

Amanda tardó un rato en reaccionar ya que la voz del joven parecía resonar en su cabeza hasta que recordó donde estaba y que debía apuntar el pedido. Cosa que luego logró hacer y llevarlo hasta la cocina.
Se quedó esperando mientras miraba a lo lejos al joven sentado, le había dejado allí, sin preguntarle nada más.

La chica volvió sobre sus pasos y se encontró otra vez en frente a él.
No tenía muy claro el porqué de su regreso, pero tenía que conseguir alguna excusa, o algo para preguntarle, para poder tener alguna razón para estar allí.
-¿Quiere algo para beber?- preguntó sonriendo ya que se le había olvidado preguntarle antes.

La especialidad de la casa resultó tener carne. Lo cual, no previsto por August, era un pequeño problema para su dieta vegetariana. Miró la carne con asco y empujó el plato unos centímetros lejos de sí, hacía tanto que no comía carne que su olor ya no le resultaba agradable. Pero antes de que pudiera pedir un cambio de plato, ella se adelantó preguntándole qué deseaba beber.
-Una Coca-Cola -contestó-. Y, disculpa que te moleste, pero... ¿tienen algún plato vegetariano?
Dudaba en disculparse o darle una larga explicación de por qué pedía cambio de plato. Pero no pudo contra su buena moral.
-Creo que estoy distraído, realmente no debí pedirte la especialidad de la casa. Si quieres, no lo sé, abonaré ambas comidas...

Él pidió una coca-cola. Y cuando Amanda fue a tomarla de la nevera, vió que el joven retiraba su plato hacia un lado, cosa que la chica no entendió y buscó su rostro en busca de una explicación, y a juzgar por su rostro, parecía que no le apetecía comer aquello, entonces, ¿porqué lo había pedido?

Amanda volvió a mirar al plato y frunció el ceño, luego el joven le preguntó si tenían algún plato vegetariano, ella no lo sabía, pues pocas veces comia allí. Antes de que pudiera decirle que iría a preguntar el chico volvió a hablar.
Él se excusó alegando que estaba distraido y que no tenía que haber hecho aquel pedido.

-Tranquilo, no pasa nada. No se preocupe, iré a preguntar a la cocina- avisó la chica con la misma sonrisa en el rostro de siempre, pero aquella vez la sonrisa estaba un tanto cohibida.
Antes de volver a la cocina tomó el plato que estaba en frente al chico, si no le gustaba, no le haría sufrir.

Una vez en la cocina preguntó si podía hacer algún plato sin carne, a lo que los cocineros la miraron extrañados. Amanda explicó la situación y los cocineros accedieron, si el chico quería, a cocinarle un plato de pasta, sin carne alguna.

Amanda volvió bastante sonrojada por la situación, agradeciendo el hecho de tener que abrir la nevera para sacar la bebida que el joven había pedido y poder sentir algo de frio.

-Lo siento, no hay muchos platos que no lleven carne- comentó encogiendose de hombros mientras dejaba la bebida y el vaso en la barra- pero, si quiere...ellos, los cocineros..pueden....pueden hacer pasta- le comunicó al chico lo que los cocineros habían dicho, y parecía que los segundos de frio no habían ayudado mucho a sus mejillas.

Mientras escuhaba sus últimas palabras sirvió la gaseosa en su vaso y bebió un trago. Luego la observó preguntándose el por qué de ella, él era en sí curioso, por más que fuera reservado y cerrado.
-Sí, seguro. ¿Fideos con manteca? Eso estaría bien.
La volvió a mirar y le fue imposible no jugar con los dedos en la barra creando sonidos. Un hombre se dio vuelta, pues aquellos sonidos eran irritantes. Lo miró con mala cara a August y éste, al darse vuelta al son del "¡Eh, chico!" devolvió sólo la misma mirada y comentó más para el público que para sí: -Aburrido.
Sin embargo dejó el ruido y bebió un trago de su liquido. Quitó la billetera de su bolsiilo, y al notarla húmeda comenzó a secarla con las servilletas.

Él aceptó al plato que la chica le ofrecía, y sin tardar más tiempo la chica fue a la cocina a avisar.
Cuando salía un bostezo abarcó su boca.
Sin esperar más fue hasta la máquina de café y mientras esperaba a que acabara de hacerse la bebida que la ayudaría a mantenerse en pie hasta que el bar cerrara, escuchó un sonido en la barra, uno no muy agradable, pero tenía ritmo.

La chica giró disimuladamente la cabeza y logró ver que el joven era el causante de aquel ruido, del cual no muchos clientes estaban contentos.
Cuando acabó de hacerse el café la chica volvió a situarse delante del joven. Bebió un poco de la taza y cuando él acabó con el ruido y pronunció una única palabra que definía su estado de ánimo, a Amanda no se le ocurrió ninguna otra cosa que intentar entablar una conversación mientras esperaban a que la comida se hiciera.

-¿Le gusta la música?- le preguntó al joven, que aún siendo joven, no sería mucho mayor que ella, él seguia siendo el cliente y no podía tutearlo porque sí.

Levantó la vista y pudo comprender de dónde venía el olor a café.
-¿Es muy evidente? -contestó con una sonrisa.
Y es que entonces se sintió tranquilo, de alguna manera supo que ella no tenía más que buenas intenciones, entonces toda su barrera anti rechazos se quebró. Y ahí estaba, él sonriéndole a una completa desconocida pero una de las chicas más bonitas que había visto. ¿Cómo no lo había notado antes?
-¿A ti te gusta?
No iba a perderse de tal conversación.

La joven se encogió de hombros ante la primer pregunta del chico. Era evidente sí, bastante.

Y antes de contestar a la siguiente pregunta Amanda sonrió, devolviendole la sonrisa al joven ya que era la primera vez que sonreía.

-¿A quien no le gusta la música?- contestó con una pregunta, solía hacerlo, cuando no quería parecer demasiado entusiasmada, ya que si él fuese un amigo de toda la vida, le habría contestado con un "sí" bastante emocionado.

Volvió a beber el café que estaba en la taza y continuó mirándole en silencio.
-Me llamo Amanda- se presentó un tanto cautelosa ante su reacción, no estaba muy segura de que al chico le interesara conocer su nombre.

Y antes de que él pudiera decir nada, desde la cocina escuchó el aviso de que el plato de pasta estaba listo. Sin pensarlo dos veces fue a buscarlo, aunque le gustaba entablar aquella conversación, lo primero era el trabajo.

-Yo soy Aug...
Pero su acompañante debió buscar su deliciso plato de comida. Ya de sólo verlo sintió que su estómago dejaba de chillar por alimento. Bebió un trago de su gaseosa y en menos de lo que canta un gallo, ya tenía el plato frente a sus ojos.
-Gracias -dijo-. Y me llamo August -aclaró y enredó el tenedor en los fideos.
Comenzó a comer hasta que se frenó y la observó. Le gustaba la música, ¡entonces le gustaba la música! Bueno, dependía de hasta qué punto estuviera interesada, pero...
-Yo doy clases de música. Bueno, mi guitarra y yo cantamos en un jardín de infantes -aseguró y se sintió casi ahogado hablando tan cómodamente de su vida con una completa extraña-Sí, la guitarra también canta... -esbozó una sonrisa... ¡basta!- Bien, ¿y tú? ¿Qué grupo de música te gusta? No sé, ¿tocas algún intrumento?

Al volver con el plato se presentó. Ella simplemente sonrió dado que le había respondido cuando no tenía porque hacerlo.

Volvió a apoyarse contra la mesa que estaba del otro lado de la barra, donde se encontraba la máquina de café y la caja registradora. Volvió a tomar la taza de café, solamente para tener algo en las manos.

El chico comenzó a hablar sobre el tema anterior, la música.
Al parecer daba clases de música en un jardín, o cantaba en él. Aquello logró que los ojos de Amanda se iluminaran y que su rostro sorprendido reflejara una sonrisa.
Luego de aquello no prestó mucha atención a sus comentarios siguientes, solo se le quedó mirando, imaginandole con la guitarra que había mencionado.

Y aún estando segura de que parecería una chica extraña, no podía evitar mirarlo de esa forma.
Pero las preguntas del chico abarcaron su cabeza y volvió en sí para poder contestar.
-Bueno, no, no toco ningún instrumento, pero mi abuela tenía un piano en su casa- comentó encogiendose de hombros, aunque solamente recordara al instrumento con la tapa cubriendo las teclas, según su abuela contaba, ese era el piano de su madre.
-Aunque nunca lo toqué- la chica bajó la mirada para encontrarse con el líquido oscuro en su taza y volvió a beber, bastante cohibida por su respuesta, dado que él si podría llamarse amante de la música.

-Un piano... -susurró al ire y se quedó pensando en lo que le decía su tía Agnes sobre aquél instrumento.
Decía que él sería bueno, que sus dedos bailando en la guitarra serían magnífics en un piano. Pero a él nunca terminaron de gustarles. Aél le gustaba la guitarra, a él le gustaban como las cuerdas hacían vibrar la habitación, lo bien que sonaban a capela, o en una banda de rock, o tal vez en una balada. Siempre encajaban en todos lados. ¿Cómo él?
-Música -suspiró-. Parece mentira, pero el tiempo realmente pasa demasiado rápido y no nos deja disfrutar los pequeños momentos, ¿no crees? De un día para otro nos convertimos en anacianos... ese niño que remontaba barriletes se perdió, ahora es un adolescente que luchar por un sueño, y luego un adulto que tiene la vida armada... y entonces, pasó. Simplemente la vida se nos fue de las manos.
Mamá, papá, la tía Agnes, todos ellos se fueron. Todos ellos cumplieron su ciclo. Y nunca los supo disfrutar, no puede recordar cómo se sentía un abrazo, un beso, una sonrisa, el apoyo. Y cómo es que pasó, cómo es que lo dejó ir. Cuando pierdes algo, te das cuenta de cuanto lo necesitabas.

Después de estar un rato en silencio, Amanda sintió que no tenía nada para hablar con él. Él definitivamente era músico, o lo intentaba, y ella, simplemente era una camarera a la que le gustaba escuchar música mientras trabajaba. No tenían punto de comparación.

Luego del silencio, parecía que aquel chico, August, pretendía hablar en ese momento, todo lo que no había hablado anteriormente. Por su parte Amanda le escuchó tranquilamente mientras gracias a las palabras de él, se puso a pensar. En todo lo que le había pasado, sus padres, que no había podido conocerlos, luego pensó en su abuela, sobre cómo tuvo que ocuparse con los tres niños.
Y luego como él decía, sin poder remediarlo, parecía como que ese recuerdo de niños hubiese ocurrido días atrás, pero habían pasado años, y muchas cosas, entre otras, lo de su hermano.
Y el hecho de haberse ido de París para vivir en Londres con su hermana.

-La vida cambia mucho, y muy rápido, sí- comentó ante lo que decía el chico, dandole la razón, porque sí la tenía.

Un señor entró en el bar y se sentó en la barra, unos cuantos asientos le separaban del joven. Amanda fue a atenderlo, y le entregó el café que había pedido y luego sin decir nada volvió a encontrarse con el chico. Apoyó los brazos en la barra y dejó que su cuerpo descansara dejando todo el peso en aquella superficie.
-Aunque igualmente, intento pensar que todo pasa por alguna razón, la vida cambia, sí, claro que cambia, pero a veces si no cambiara, nos perderíamos los mejores momentos, solo proque no estaríamos en el lugar ni el momento justo- aquel chico le había hecho pensar, y durante los minutos en los que había atendido al otro señor, se había dado cuenta de que por mucho que le hubiese dolido el hecho de que sus padres desaparecieran, o que su hermano ya no estuviera allí. Si nada de eso hubiera pasado, seguramente estaría aún en París, con la familia entera, pero sin haber podido conocer a aquel chico.

Tenía razón. Probablemente si esa no fuers su vida, ese día no estaría allí conociendola. Si su vida era así, entonces existía una razón. Algún día alguien le recompensaría tanto dolor. Algun día aparecería una sonrisa que conquistaría su corazón, y esta vez se quedaría para siempre. Tal vez algun día realmente llegaría eso que él espera. Eso que todos esperan. Amor. El amor que perdió y como humo en el aire, desapareció.
-No, probablemente si ciertas cosas hubieran sido diferentes jamás habría tenido la oportunidad de conocerte. De comer fideos en este bar, quizá jamás habría entrado en él si no hubiera llovido -bebió un trago-. Si tal cosa no hubiera pasado... parece que siempre le buscamos la alternativa a todo, ¿no? Siempre encontramos otro final para las historias, siempre podemos imaginar otra situación diferente con la misma persona. Y aún así creemos que no tenemos imaginación...
Empezó a pensar que la estaba aburriendo, que seguro ella estaba como dormida escuchando sus estúpidas e insignificantes palabras acerca de la vida y bla bla bla. ¿Pero qué era eso? ¿Una clase de filosofía? Tal vez era sólo él. Como en las canciones que componía, como en los versos que cantaba. Era él a la mañana, a la tarde, a la noche, al día diguiente. Era él. Él en su esencia.