Humo. | Reservado.

Era el último. O quizás podría haber otro más.
Disfrutaba de mi -hasta ese momento- último cigarrillo cuando abarqué con mi mirada toda la habitación que me rodeaba y me sentí sola. Estaba sobre el sofá, acostada, mirando el tono rojizo de la parte encendida de mi adicción, la cual no me abandonaba ni como vampiro. Estaba sola. Yo, las paredes, Boris por allí...
Neil y Liam, mis amigos humanos, aquellos que no escapaban de mí, ya habían salido. Les dije que no iría con ellos esa noche pero no soporté mucho más allí encerrada.
Corriendo salí de mi casa destruyendo algunos muebles que se me interponían en el camino, pues, ¿qué importaba? Era mejor destrozados que solitarios y cubiertos de polvo.

Ya por la calle caminé calma, en paz, deteniendo mi vista en los bares que más me llamaban la atención. No eran aquellos con colores fuertes, o con gente poderosa, sino el lugar más repleto de infieles. Una sonrisa relució en mi rostro.
Un hombre se cruzó ante mí, el alcohol por poco brotaba de sus poros, y como era de esperar se ofreció a ser mi acompañante esa noche. Lo miré fijamente y simplemente lo empujé poniendo mi mano en su frente a modo de rechazo.
Quiero sangre infiel, no alcoholizada.

A los pocos minutos dentro del establecimiento prendí otro cigarrillo y lo disfruté espectante, quería ver quién se acercaba a mí, qué estúpido infiel era suicida. Lo más extraño, es que no se me había acercado exactamente alguien esperado.
Lo miré directo a los ojos y sonreí dispuesta a escuchar su voz.

La tranquilidad del hombre me sorprendió. Pocos eran los humanos que permanecían tan pacíficos ante un vampiro, los demás se ponían alerta, buscaban la manera de atacarnos o simplemente nos ignoraban, pero éste había llegado directamente a mí. Como un cazador de cocodrilos, que hace alarde de su control sobre el animal, metió su cabeza en sus fauces. Sonreí divertida ante su consulta.
Probé mi cigarrillo y miré hacia el frente al contestarle.
-Si me dices cómo era su fragancia podría decirte el camino que habrá tomado -le sonreí-. Brillante vestido anaranjado... -entrecerré mis ojos llevando mis dedos a mis labios como pensativa- ¿Estás preocupado por ella? -nunca trataba de "usted" a las personas- Por lo visto no tenía miedo de hacerse notar frente a los vampiros -ahogué una fuerte risa, era ridículo-. Sí, la he visto -le dediqué una mirada sincera-. Pero mi información tiene un precio -ladeé la cabeza mientras tendía mi mano para ofrecerle mi cigarrillo-.

Me acerqué a su cuello dejando que mis labios rozaran su piel.
-Tienes sangre demasiado pura -dije con voz de desprecio sobreactuado-. El precio es que hagamos lo que tú quieras siempre y cuando yo me divierta -hice gestos con mis manos-. En fin, tienes que ser mi bufón, estoy muy aburrida, señor -le respondí a su cumplido mientras armaba un gesto aniñado en mi rostro-. Pero no estás en condiciones de traicionarme -le aseguré con una mirada penetrante, casi demente, mientras llevaba mi mano a uno de sus bolsillos, ese en el cual se encontraba su arma-. ¿Sabes? -me llevé el cigarrillo a la boca sin sacármelo para hablar, estaba forcejeando con él para tomar la daga- Todos los humanos son predecibles, siempre guardan sus pequeñas armas en sus ropas, en las más externas -la tomé y la llevé sobre la barra con un golpe seco-. Aunque si la llevaras en tu ropa interior, sería más divertido y fácil para mí.
Posiblemente el hombre no aceptaría mi propuesta, pero sería peor para él. Después de todo, muchos inconscientes humanos estaban dispuestos a darme sus patéticos shows.

Reí por unos minutos. Estaba realmente tentada y no podía detenerme.
Hasta que lo hice, y este acto fue en seco. Como si no hubiera diversión alguna después.
Le acaricié el rostro mirándolo como con lástima.
-Yo no me regalo, simplemente acepto a quien me toma.
Di una bocanada a mi cigarrillo mientras le prestaba atención a sus facciones.
-Soy perro en otras situaciones -miré hacia un lado-. Bueno, en verdad no. Los perros suelen ser ellos -reí dejando al descubierto mi espléndida y fatal sonrisa-. Y no te asesinaré ni nada de eso -le señalé con mi dedo índice-, bueno, quizás un mordisquito -cerré mi mandíbula a modo que mis dientes golpearon entre sí-. Eres tan... -lo analicé con la mirada- sensual -revolotearon mis manos por el aire-. Nada mal para un viejito como tú -le guiñé un ojo-. Hagamos algo, yo te ayudaré a buscar a tu nieta -reí por dentro- y tú serás mi bufón esta noche, ¿qué tal? Pagarías lo que sea por tu Heidi, ¿o no?